El accidente de mi hermano
Entiendo que los muertos se manifiestan de distintas maneras. Esta semana fue el cumpleaños de mi hermano fallecido. Un hecho me ayuda a marcar su ausencia con un recordatorio.
¿Qué día fue el lunes? Me pregunta el chico con expresión asustada. Ha preparado un parte detallado de lo que sucedió. Es evidente que el problema hay que enfrentarlo y lo estoy haciendo, como adulto responsable que soy. He venido puntual y he firmado que soy el responsable de lo que sucedió.
Me doy cuenta que el accidente fue el lunes 16 de junio. El cumpleaños de mi hermano, fallecido hace 11 años. Tomo conciencia de que esa fecha quedará impresa en un parte de accidente que servirá de testimonio de algo que pasó ese día.
Como siempre sucede los lunes, cuesta arrancar. El calor y la ruptura del aire acondicionado de mi vehículo no ayudan. Estoy saturado de lugares para encontrar, gente con la que mirar proyectos, objetivos que cumplir. En algún momento estoy buscando una propiedad con el gps, miro la pantalla del móvil, escucho sus instrucciones, observo las casas alrededor e intento identificar el nombre de la calle donde estoy. Es un micro segundo. Un vehículo pasa zumbando y justo atrás viene otro, que embisto de costado dejando su goma en llantas y su puerta lateral trasera izquierda inutilizada. El otro coche se detiene más adelante, ambos estamos en la vía de circulación y el conductor sale con las manos en la cabeza y gritando “ Ahora que voy a hacer, ahora que voy a hacer”. Me doy cuenta que el tipo está peor que yo.
“Tranquilo, nos tomamos los datos, fue culpa mía” admito enseguida y me pregunto de donde me viene esa necesidad de negarlo todo, de sacarme de encima los problemas, de no enfrentar nada que me saque de mi camino orientado a la supervivencia más básica y al éxito más supremo.
Como si nada hubiera sucedido le digo algo que suena absurdo: “ Hago lo que tenía que hacer y vuelvo” .
Cuando regreso el tipo está tranquilo “ Es que conduce mi hermano y no tiene carnet de conducir” me explica. Me dedico a ver si puedo quitar el frontal del vehículo para sostener la movilidad. Con mi escasísima habilidad como mecánico chapista lo logro. Otra vez entro en negación.
“Ya tienes mis datos, me voy” le digo a la víctima de mi embestida. El tipo se queda ahí, sin saber si llorar o matarme.
El calor de la semana es agónico y africano. A todos los demás problemas: vencimientos tributarios, proyectos en gestión, clientes que convencer, tristezas ajenas y propias que contener, se suma esto, un accidente no deseado, intempestivo, furtivo. que me pone delante mi propia imbecilidad.
“Ten en cuenta que te saltaste el signo de Stop” me dice el chico y miro la calle, está ahí, es evidente. Es un barrio pequeño, seguro hay niños. Yo voy por ahí circulando como un gusano intentando encontrar nombres de calles con un gps, saltándome las señales para llegar a donde podría no haber llegado.
Regreso con el aire apagado y el coche desarmado, en el calor de un lunes que ya podría valer por toda la semana. Por suerte me espera el arrecife coralino de la cala a 200 metros de mi cas en la que me sumerjo más de lo habitual. Me espera una reparadora siesta antes del slow impro. Somos cuatro varones, podríamos ser Monthy Python, los Beatles, Les Luthiers o cualquier banda que se precie de cómica y trágica.
“ Vivimos en un mundo donde lo cómico y lo trágico es lo mismo” dice mi padre cuando le pregunto por la cárcel de Cristina Kirchner. Nos hemos salvado por los pelos de la tercera guerra mundial que terminará con todo, una vez más. Solo he visto reels que me quieren convencer de una u otra cosa. “ En algún momento tomaré partido por algo, me daré cuenta quien tiene razón” me digo y voy desconectando de esa maldita polaridad dual en la que parece sumergirse todo.
Es martes y estoy viendo como mi hijo despliega su talento en una representación teatral que leo como constelativa. Me produce orgullo y admiración que haya conectado con algo tan esencial para mí como es la experiencia teatral escénica. En el contenido de lo que interpreta hay más claves “ El padre ha muerto” le dice a su compañera de escena “ estoy con una rabia tremenda por la manera en que servía y tomaba la sopa”. De pequeño, cuando le servía mis platos no le gustaban. “ Nuesro padre estaba y no estaba” le dice a su compañera que podría ser su hermana melliza en casa.
“ Encendía la tele y era como si no hubiese estado ahí”. Conecto con mi propia ausencia durante su crianza. Ausencia, aún habiendo estado presente. “ Para eso sirve el teatro” me digo, “ por suerte ya no es la vida real”.
La noche de Barcelona me devora y amanezco temprano en el Carmel, en lo de mi hijo mayor. El barrio alto fue colonizado por la clase obrera que va al paraíso a través del Parque Güell. “ Todo está escrito en el gran libro de la naturaleza” dice una inscripción que cita al arquitecto Gaudí en las escalinatas que bajan desde el parque a la ciudad.
Estoy solo en mi caminata que termina en un tren al que no llego para regresar temprano.
La ciudad me devora, de noche y de día. No conozco su ritmo, su calor y su diversidad me agobian.
Siento alivio en mi desembarco en el pueblo perdido del Empordà en el que he dejado mi coche, o lo que queda de él. “ Los regresos siempre son difíciles” me digo. También aquí también estoy solo. Sigo sin hacerles caso a los signos de stop a pesar del accidente.
Es jueves y la reunión de negocios fluye…la gente está harta del speed networking, del resultado inmediato y a la vez necesita resultados inmediatos y que todo vaya como lo indican las normas del capitalismo. Cuando termina la reunión bajo a recorrer Calella de Palafrugell, el pueblo donde Serrat escribió “Mediterráneo”. “ Solo me queda un cuarto de neurona, le explico a mi hijo cuando me llama para preguntarme como me fue”. Pocas veces he sentido tanto el valor del silencio y el peso de la extenuación.
Me sostengo en mis valores, hablo de lo que sé, de slow impro, de proyectos sostenibles en zonas aún con valores normales y tradiciones sanas, hablo de mí y dejo que las personas se expresen y se sientan a gusto. Con eso se me arregla la semana, puedo pagar mis cuentas
Es viernes y llego a la cala a ver el atardecer cerca de las 10 de la noche.
Se acerca el día más largo del año. El sol, como siempre dibuja la sangre detrás de las colinas mientras la bahía respira con la presencia de algo que me atormenta y me alivia al mismo tiempo. El color de fondo es como un enorme signo de stop que le da algo de alivio a mi alma.
Es mi hermano, navegando por ahí a bordo de una tabla, recordándome que el lunes fue su cumpleaños y que sin duda está presente en ese horizonte rojo y marcado por la ausencia.